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miércoles, 20 de agosto de 2008

De amistades y soledades.


Los primeros 20 años

Qué posición sacrificada ocupamos las mujeres en esta vida y en esta época en que nos toca vivir! No solamente debemos parir a nuestros hijos, educarlos y alimentarlos, ocuparnos de amar y cuidar a nuestros maridos, mantenernos hermosas y jóvenes para ellos, porque a ellos les crece el abdomen, pierden el pelo, tienen problemas de próstata, pero mantienen de por vida el complejo de caballito de mar, (se creen potros a pesar de que sean pescados), pero en cuanto engrosamos un poquito nuestra figura, ya nos miran con cara de lástima, que es peor aún que si nos trataran de gordas, y cuando no, nos cambian por otra más joven y delgada. Como si esto fuera poco, debemos ocuparnos de la casa, que aún teniendo ayuda de personal doméstico es una gran responsabilidad, y trabajar también fuera para colaborar con nuestros maridos en los gastos del hogar. En fin, que quizá sea nuestra culpa el consentir estas conductas machistas, pero como decía un amigo chileno: “y . . . es lo que hay”.
Esta es la historia de dos mujeres solitarias, cada una por una causa diferente, opuesta totalmente, pero solitarias al fin. Una vive junto al Golfo de México, en el país del mismo nombre, la otra junto al Océano Atlántico, frente al Cabo Santa María, en Uruguay, sus nombres: Patricia y Esther.
Patricia formó su familia con el amor de su vida, se casó muy enamorada de su marido y él también, es decir, él también se casó muy enamorado pero no precisamente de Patricia. Tuvieron tres hijos, una hermosa casa, un negocio, una buena vida en todos los aspectos, menos matrimonial. Al poco tiempo de casados él comenzó a frecuentar otras mujeres y a tratar mal a la que le había dedicado su vida y todo su amor. Ella soportó todas las humillaciones, todos los desplantes de su marido, incluido el hecho de hacerla abandonar su profesión, para dedicarse únicamente a su hogar, manteniendo su amor incondicional hacia él y la esperanza de que un día él tomara conciencia del daño que le causaba. Así crió a sus tres hijos, entre el dolor y las lágrimas, desahogando ese dolor en el papel, en el que volcaba sus tristes poesías de soledad y desamor.
Así vivió casi veinte años de su vida, acompañada tan solo de sus hijos y su poesía, pero en soledad, en la absoluta carencia de amor, que es la peor de las soledades.
Esther había decidido cuando tenía dieciocho años que si al llegar a los veinticinco no había encontrado aún el amor, buscaría un hombre cualquiera y tendría un hijo, su búsqueda no era de un esposo o compañero, sino la maternidad. Y así fue, llegados los veinticinco años, al ver que ni se enamoraba, ni había candidatos para el matrimonio a la vista, y ella seguía sin esperanzas, el verano siguiente se fue a la playa y encontró el hombre que ella creyó era el indicado. Su decisión de tener un hijo sola duró poco, porque una vez embarazada, se asustó mucho de su elección y aceptó casarse con el padre de su hijo. Él era un hombre bastante mayor que ella, con un nivel cultural menor, que no valoró para nada el hecho de haber sido el primero, que la trató con muy poca delicadeza, en fin, una unión que solamente le dejó dos hijas y algunos momentos de placer, pocos. Ella trató de salvar esa relación, no por amor, por no estar sola, pero al muy poco tiempo se fue y su marido salió de su vida y de la de sus hijas como llegó, sin tener ninguna importancia, siendo simplemente una especie de donante que le permitió cumplir su sueño, porque él ni siquiera padre siguió siendo, ya que al divorciarse de ella, lo hizo también de sus hijas.
Esther entonces se dedicó en cuerpo y alma a su vocación. Dividía su tiempo entre su trabajo, que le llevaba casi todo el día y sus hijas, para las que tuvo que ser padre y madre. Así durante veinticuatro años, hasta que sus hijas encontraron su ubicación en la vida, una como profesional y la otra como esposa y madre. Durante esos veinticuatro años de soledad, porque una vida sin amor, es una vida en soledad, ella también, como Patricia desahogó sus ansias en su poesía, poesía triste de una mujer que no conoció el amor.

Y FINALMENTE. . . EL AMOR

Patricia finalmente se decidió a publicar su poesía. Ya no escribía, hacía tiempo que hasta para eso estaba muerta, así se sentía al ver que su marido no solamente no la quería, y se lo hacía notar a diario, sino que ni siquiera la deseaba como mujer. Una mujer muerta, muertas sus ilusiones, muerta su decisión, muertas sus musas, muerto su amor. Ni siquiera era capaz de hilvanar sus versos tristes.
Pero un día, su poesía, cansada de su abandono, la llevó a una reunión de poetas y le regaló un amor. Un amor que le hizo sentir que era mujer, que podía amar y ser correspondida, que valía la pena estar viva y gozar la vida de otra manera, de a dos, en compañía, en armonía, Ella no quería perder ese amor, pero tampoco quería perder su otra vida, la de su hogar, junto a su marido, que ya no era su amante, pero se había convertido en su amigo, y junto a sus hijos, que crecieron sin saber que entre sus padres ocurrían cosas tan tremendas. Era muy difícil para ella elegir a su amor, porque para ello debería romper la armonía de muchas vidas, y también porque en el fondo, muy en el fondo, no estaba muy segura de su nuevo amor.
Esther nunca tuvo tiempo para ella en los más de veinte años en que se dedicó a su maternidad, las amigas se fueron poco a poco, cansadas de que ella no tuviera jamás tiempo para dedicarles, y los amores. . . para los amores no hubo ni tiempo ni espacio, solamente en sus sueños y en sus poesías se permitía soñar con amores, que siempre tenían las caras de sus amistades del trabajo, las que jamás se enteraban por supuesto de que eran parte de ese universo ideal creado por su imaginación.
Y fue así que la poesía también le regaló el amor. Se lo trajo en forma de poeta español, maduro, experto en las lides del amor, tierno, apasionado, caballero; pero ella no supo cómo reaccionar ante esa situación en la que nunca se había visto. Y él no quiso perder el tiempo, se sintió enamorado de su poesía, y luego de su personalidad, solamente le faltaba conocerla personalmente, entonces le propuso encontrarse en un término de cuatro meses. Y ella no supo cómo reaccionar. Estaba acostumbrada a ser el brazo fuerte de la casa, de la familia, ella no podía permitirse flaquezas, no se permitía debilidades, y esta situación nueva de enamorarse era una especie de debilidad, porque la haría perder su libertad, porque debería compartir con otra persona sus decisiones y su vida misma, y porque finalmente y ante todo, la hacía vulnerable, rompía esa coraza en la que se encerró tantos años apartándose de los hombres. Y lo espantó, en el sentido más absoluto de la palabra, lo trató mal cada vez que él la trató con ternura, aunque luego se arrepintiera y se odiara a sí misma, destruyó, mató, cada una de sus ilusiones, sin piedad por él y por ella que también sufría a la par de él. Sería quizá que él no era el verdadero amor, fue un simple deslumbramiento luego de tantos años de soledad, pero la coraza quedó resquebrajada, quizá cuando encuentre el verdadero amor, le sea más fácil aceptarlo.

El último recurso de la poesía

Patricia y Esther publicaban su poesía en la misma página de internet, no se conocían, pero ambas gustaban de sus respectivos estilos de escribir, ambos tristes y melancólicos, poesías de mujeres solitarias. La poesía estaba agotando sus fuerzas tratando de acomodar sus vidas a la felicidad, y nunca dos humanas le habían dado tanto trabajo para acercarlas al camino del amor como ellas, por eso un día decidió acercarlas.
Hizo que Esther se conmoviera al leer un poema de Patricia, cosa que siempre ocurría, y le dejara su mail, y así logró que esas dos almas solitarias se unieran y se hermanaran en una amistad muy tierna, que a pesar de la distancia que las separaba y sus diferencias de edad, día a día se va haciendo más firme y con capacidad para durar en el tiempo y afianzarse cada día más en sus vidas.
Cada una ayuda a la otra en sus asuntos amorosos, aconsejándose, consolándose, apoyándose mutuamente, ambas en busca de la felicidad que se les fuera negada durante tanto tiempo y que seguramente encontrarán en el recodo menos pensado del camino, porque ambas se merecen ser felices durante el resto de sus vidas. Y esas mismas vidas las llevarán a encontrarse un día, cara a cara, para que puedan hablar de sus cosas, recordar sus tristezas pasadas y contarse sus secretos de amor y compartir la felicidad del resto de sus días, así como sus poesías que esta vez y para siempre hablarán de buenos momentos, de grandes amores y de días felices.
Mientras tanto, la poesía ya transcurre otros caminos, hermanando otras almas solitarias que la necesitan, uniendo amantes, haciendo florecer estas amistades que alimentan el alma y la fortalecen.





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