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miércoles, 20 de agosto de 2008

Un cuento para Patricia


 

Ella abre sus ojos, el sol se cuela por entre los cortinados del dormitorio, y se da cuenta de que es un hermoso día primaveral. Es domingo, por lo tanto no tiene que trabajar, mira el reloj que tiene en la mesita de noche y ve que su rutina no se enteró de que es domingo, despertó a la hora exacta en que debe levantarse cada mañana para servir el desayuno a la familia y luego irse al trabajo.
Y bueno –se dice- ya que estamos, vamos a aprovechar el día, mientras se despereza sonriendo, pensando que sus gestos se parecen en mucho a los de su gatita cuando se estira sobre el sillón.
Se levanta rápidamente y corre hacia la ducha, pues no quiere arrepentirse de su madrugón, es un día hermoso y hay que aprovecharlo – piensa.
Mientras siente el agua tibia correr por su cuerpo piensa en que son dedos que la acarician, los dedos de él que se deslizan amorosamente sobre su piel desnuda, invadiendo todos sus rincones, como si quisiera dejar grabado en ellos sus formas. Cierra sus ojos e imagina que está ahí, con ella, desnudo y es tanto su deseo por tenerlo cerca, que tantea el aire a su alrededor esperando encontrarlo. Ella siempre lo tiene presente, pero a esta hora . . . tan temprano. . ., esto ya está tomando visos demasiado serios – se dice – voy a tener que tomar una determinación, no puedo vivir lejos de él.
Se envuelve en el toallón y se toma un momento para pensar en él. Él, ese maravilloso poeta, dulce y tímido que un día le declarara su amor, y que a partir de ese momento se transformó en su válvula de escape para su vida triste de esposa olvidada, para sus días grises y fríos de mujer sin amor. Él que le hizo descubrir el gozo de su sexualidad, que tenía guardado en el arcón de los recuerdos por falta de uso, que le hizo descubrir que podría despertar ternura, amor, que le permitió sentirse importante para alguien más que sus hijos, que la hizo descubrirse como mujer. Un escalofrío le recorre el cuerpo acentuándose en cierto rincón sensible de su anatomía, aumentando aún más su deseo de tenerlo a su lado.
La casa está silenciosa, solamente se oye a lo lejos el maullido de su gata que espera su ración y su leche como cada mañana. Y de pronto reacciona, ¿no había dicho que disfrutaría el hermoso día de sol?.
Rápidamente termina de secarse, se peina, un toque de rouge en sus labios, unas gotas de perfume, enfunda un joggin y una campera liviana, zapatillas y sin casi hacer ruido se dirige a la cocina, donde deja su porción de ración y leche a sus mascotas, y sale por esa misma puerta hacia el hermoso día de primavera, que se asombra al verla tan libre y tan feliz.
Recuerda que a su amado le gusta el campo, por lo que sube a su coche y pone proa a las afueras de la ciudad, mientras pone en la disquetera las canciones románticas que tanto le gustan. Está decidida a vivir un día especial, éste será el primer día del resto de su vida, no tiene dudas. Al pasar por un bar, llega y compra dos cafés con factura para llevar, y mientras tararea su canción preferida, llama a su amado para invitarlo a acompañarla al paseo.
Lógicamente, él no se niega, si es casi un sueño, cómo habría de negarse. Unos minutos y ya sale de la ciudad, acercándose al lugar de la cita. A medida que se acerca, lo ve. El pelo ensortijado, el contorno de sus ojos algo hinchados, un poco por haber pasado una mala noche extrañándola, un poco por la sorpresa de la invitación, y por entre la inflamación sus ojos, que parecen brasas encendidas, que brillan por la excitación, por la alegría y por ese amor tan inmenso que despierta en él esa mujer tan bella, ese cuerpo tan delgado, tan hermoso, pero por sobre todo esa sensibilidad hecha mujer que es ella.
Él muere por tenerla entre sus brazos, por hacerla olvidar el desamor y la tristeza, por borrar la huella de sus lágrimas que han hecho surcos de tanto correr por sus mejillas, él quiere hacerla feliz.
Por fin se encuentran. Ella baja del auto y cae en sus brazos, tierna, mimosa, entregada a ese amor contra el que ya no tiene fuerzas para luchar, y él la toma feliz de esa entrega, y besa sus cabellos, su frente, sus ojos, su nariz, para luego detenerse en su boca largamente, libando en esos labios que se le entregan llenos de amor.
Ambos abren sus bocas en un beso lleno de pasión, que hace que sus cuerpos tiemblen y se fundan aún más en el abrazo. El baja su boca por el cuello, se detiene en sus orejas, vuelve a su boca, mientras ella siente el cambio en el cuerpo masculino, y ya no tiene más voluntad, debe entregarse a su amor sin más dilaciones.
A su alrededor la primavera reverdece la hierba, hace brotar las flores, trinar los pájaros, zumbar las abejas buscando el néctar necesario para confeccionar su miel, una suave brisa sacude las hojas de los árboles haciendo que entonen una suave melodía que combina con el canto de los pájaros, pero ellos ni se enteran. Buscan un rincón escondido en medio de los arbustos de rosa laurel blanca, rosa y roja que crecen silvestres, y despojándose de sus vestiduras, dan rienda suelta a su amor, libres, sin complejos, sin barreras de ninguna especie, sólo ella, él y su amor.
Se amaron suavemente, tiernamente, tomándose su tiempo para disfrutar paso a paso del acto, sin apuros, sin culpas, sintiendo que eran Adan y Eva en el paraíso terrenal, que tenían la eternidad delante de ellos. Una y otra vez se amaron, hasta que quedaron exhaustos, cara al cielo y a las flores de rosa laurel que parecían sonreírles cómplices de su amor. Tratando de descubrirles formas a las nubes, reían y jugaban a pelearse y nuevamente comenzaban a besarse hasta que ya no les quedaban fuerzas para volver a realizar el acto de su amor.
Horas habían pasado desde el momento en que ella saliera en silencio de su casa, era hora de volver. Pero no le pesó la vuelta, porque esa cuota de felicidad y de amor que había recibido de él , le recargaban de energía para asumir sus responsabilidades diarias con mucho mejor ánimo. Ahora sabía que era posible disfrutar libremente de su amor, ya pensaba en otros escenarios donde citarse con él para gozar de la cuota de felicidad a la cual tenía derecho mientras lograba cortar definitivamente los lazos de su matrimonio con quien no la supo valorar a ella ni a su amor.




marzo/2007

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