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viernes, 26 de abril de 2013

Mañanas de domingo (2005)





Recuerdos de mi infancia que guardo cual tesoros
mañanas de domingo, mis padres en la quinta
trabajando la tierra entre charlas y risas.
De fondo suena el tango: guitarra y acordeón
Difusora Rochense y el Dúo Derecho Viejo
como cada domingo, pero ya ni me quejo
del volumen que a tope mi padre colocó.

Me levanto al instante ¡por fin llegó el domingo!
hoy no voy a la escuela, mi papá no trabaja,
siento olorcito a tuco, hoy es día de pasta!
Y corro hacia el jardín a jugar con las plantas
los gladiolos (mis hijos) me dan los buenos días
los tomo por sus hojas porque son sus manitas
yo juego que son niños, más mi mamá me grita:
"por favor no los rompas! vé a jugar a la quinta!"

A mi juego me llaman ¡a la peluquería!
a hacer trenzas y moños, a dejarlas bonitas
a las barbas de choclo, el pelo de mis niñas
hasta que me descubran y me lleve otro reto
cuando vean que el maíz está todo coqueto.
Y me envían entonces a comprarles el queso
que falta para el tuco, y es mi mejor recuerdo
aromas y sabores que vuelven con el tiempo.

El comercio cerrado. La ley no permitía 
que abrieran los domingos, igual nos atendían
por una puerta chica que daba a un callejón.
Entrando al almacén, una suave penumbra
el sol que se colaba entre los postigones
dibujaba en el piso cual una discoteca
ciculitos de luz, mientras que por sus haces
las motitas de polvo hacían sus piruetas.

Ya casi cinco décadas pasaron por mi vida
y sin embargo aún hoy percibo los aromas:
clavo de olor, canela, café recién molido,
cascarilla y maní, en bolsas de arpillera
derramando su aroma, y sobre el mostrador
lucía en un canasto emanando perfume
el pan recién horneado que aún soltaba vapor.

En el otro rincón, la fruta y la verdura
compitiendo en perfume contra los frutos secos
los aromas de albahaca, de apio y perejil,
de orégano, de menta, la cebollita verde,
los melones maduros, las uvas, los duraznos,
las jugosas manzanas, las frutillas muy rojas,
las sandías caladas, derramaban dulzor...

Todos esos aromas me llenaban el alma,
me quedaba extasiada flotando como en sueños
y era despertada por el almacenero
que ponía en mis manos un envuelto de estraza
con el queso rallado que había ido a buscar.

Acabado el idilio entre aroma y sentidos
salía nuevamente hacia la luz del sol
hacia el intenso brillo que cerraba mis ojos
que hoy mojan las lágrimas por toda la emoción
de recordar momentos de mi lejana infancia
memorias que atesoro aquí en mi corazón.



Crecí en una pequeña ciudad del interior de Uruguay, llamada Rocha. Una ciudad formada en su mayoría por casas de una sola planta,con patios, jardines, y a veces pequeñas huertas, a las que llamábamos quintas, donde las familias plantaban las verduras y hortalizas que consumían. 
En la época a la que me refiero, alrededor del año sesenta, imperaba una ley que no permitía a los comercios abrir los domingos, pero no hay ley que pueda dominar a "la viveza criolla" de nuestros paisanos, por lo que siempre había una puerta secundaria por la que se atendía a los vecinos, obviamente con el local cerrado, inclusive puertas y ventanas, por eso la oscuridad del interior. 
Los domingos, como supongo que debían ser para la mayoría de los niños de aquellas épocas, eran días muy especiales. Papá estaba en casa y no había clases, era día de reunión familiar en torno a la mesa en la que lucía la pasta hecha a mano por mamá, o el asado a las brasas. Y el aviso de que era domingo era el infaltable Dúo Derecho Viejo que sonaba en casi todas las radios del vecindario, y que era transmitido por la Difusora Rochense, única emisora de mi ciudad hasta ese momento. Eran actuaciones en vivo en la radio, muy apreciadas por la gente de mi ciudad, en una época en que no había televisión, igual que las "radionovelas" que también se hacían en vivo en las emisoras. Esos recuerdos son imborrables e invaluables, y a pesar de toda la tecnología que tenemos hoy a nuestro alcance, que no permite prácticamente el aburrimiento, añoro los tiempos en que entre la familia había diálogo, y no por facebook precisamente, sino en torno a la mesa familiar; en que las familias que vivían en diferentes ciudades no chateaban por internet, sino que se enviaban cartas manuscritas; y que al atardecer, en vez de mirar tele, los mayores nos contaban historias, a veces inventadas en el momento (sin que interrumpiera el sonido de los celulares) que unían más aún a la familia, y que establecían entre padres e hijos otro tipo de vínculo. Enfin, cada época tiene lo suyo, y yo puedo decir que tuve una infancia feliz que añoro mucho.      




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