Ayer leía una reflexión escrita por
un amigo, en la cual explicaba lo que era para él el amor. Decía
más o menos que el amor es salir juntos de casa, desayunar en un
café, luego reunirse para almorzar, volver a casa compartiendo el
paraguas, reír, hacer el amor, y dormir sintiendo el aliento del
otro en el cuello. Pues para mí, aparte de lo de reír mucho, hacer
el amor y dormir cucharita, es mucho más que eso.
Amar es despertarte cada día y
agradecerle a Dios y al Universo el poder abrir los ojos junto al
otro y despertarlo a besos. Es preparar los dos el desayuno y
disfrutarlo juntos, en el ambiente cálido del hogar, en total
intimidad, no en el ambiente impersonal de un café. Es mezclar el
desayuno con besos y caricias, es arreglarle la corbata antes de
salir, y sentirse orgullosa al verlo tan lindo y sentir que es un
poco tuyo, y digo un poco, porque para mí no existe el amor
posesivo.
Es cumplir cada uno con sus
obligaciones y tratar de volver al nido, a ese hogar que los espera
como un refugio que los aparta del resto del universo, donde son
solamente él y ella, y nada alrededor. Es prepararle el almuerzo o
la cena, con el ingrediente mágico que ningún restaurant posee:
amor. Es saborearlo mirándose a los ojos, riendo y charlando de sus
cosas.
Es sentarse luego juntos en la
alfombra, libres, descontracturados, sin gente alrededor, a tomar una
copa de vino o a saborear un postre, y mientras mimarse, mimarse
mucho, como preámbulo para la noche, que en total intimidad, será
más que hacer el amor, será la magia pura que logran dos seres que
se aman. Y luego, agotados de tanta felicidad y tanto placer, dormir
juntos, sintiendo el aliento del otro en el cuello, si, pero en
perfecta comunión de cuerpos y de almas.
El amor no es rutina, porque la rutina
cansa, y el amor que se mezcla con la rutina se termina pronto. Al
amor hay que alimentarlo cada día con atenciones, con señales de
que estás pendiente del otro, que lo recuerdas a cada instante, una
notita, una flor, un llamado. No hace falta más nada para despertar
nuestras más profundas emociones, pero sí esos signos de nuestro
interés por el otro.
Me pareció tan impersonal esa manera
de ver el amor, que creo que mi amigo nunca ha amado. Lo que él
describe, es tener una pareja, si, una compañera de vida, divertida,
amiga, pero para mí eso no es amor. Ellos seguramente compartían
gustos y forma de vida, y se amoldaron uno al otro , fueron felices
un tiempo, rieron, hicieron el amor, pero como toda relación no
cimentada en el amor verdadero, se desmoronó.
Cuando amas, cuando realmente te
enamoras del otro, es como decía alguien en un comentario, a pesar
de tu aficción por la música clásica, bailas rock y hip hop,
porque eso es lo que te hace el amor, te cambia todas las
perspectivas, y no está mal. Quizá aceptar este cambio cueste,
cuando estás acostumbrado a una vida tranquila y melancólica,
escuchando clásicos y rodeado de libros, pero es muy bueno
abrirse al verdadero amor, sin miedo a perder lo vivido hasta el
momento, porque amar es compartir también eso, es intercambiar
costumbres y aficciones, lograr el punto medio y encontrar ahí la
felicidad. Dejar de remar contra la corriente buscando la ruta segura, dejarse fluír, que el mar de la felicidad te lleva sólo a puerto seguro.
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