Día tras día durante los últimos
cinco años de mi vida, me he preguntado por qué? Hace cinco años,
un tres de setiembre de dos mil siete, me desperté en medio de la
noche con un terrible dolor que me traspasaba el cuerpo del vientre a
la espalda, acompañado de vómitos violentos. Mi dormitorio era en
el piso de arriba, y se accedía a él por una escalera muy mal
construída, con escalones disparejos, lo que hacía muy complicada
la subida. En vano mi madre me frotaba con los mas diversos ungüentos
calmantes, alcohol, enfin, que la pobrecita trataba por todos los
medios de aliviarme aquel dolor, que era semejante a los de tres
partos juntos, muy pero muy grande.
Yo creí que había llegado mi hora de
morir, y probablemente tuviera razón. No podía soportar aquel
dolor, que no me aliviaba ni estando parada, ni sentada, ni menos
acostada, era terrible. Pensé que era un infarto, que el corazón
estaba por explotarme, y estaba presa en aquel cuarto, puesto que si
era difícil descender la escalera sana, menos en aquellas
condiciones.
Yo nunca fui muy religiosa, hasta los
dieciocho atea, y luego se me despertó de pronto la certeza de que
existía un dios, pero me quedé en eso, en la creencia de que sí
existía, sin profundizar más. Sin embargo, en ese momento en que
llegué a desear la muerte para aliviar mi desesperación, recordé
que un día había visto por casualidad un programa del argentino
Víctor Sueiro, popularmente el Gallego Sueiro, donde contaba sus
experiencias místicas, separación del alma del cuerpo y retorno al
mismo en varias oportunidades. En mi sufrimiento, recordé un pasaje
del programa donde él aconsejaba que ante un dolor muy grande que
estuviéramos sufriendo, o alguno de nuestros seres queridos, le
pidiéramos a la virgen María que nos cubriera con su manto, y eso
hice. Fue inmediato, la virgen me hizo el milagro. Sentí una
frescura especial que bajaba desde mi cabeza hasta mis pies, y el
dolor desapareció. Tan así fue, que bajé aquella escalera feliz de
estar aliviada, me lavé, me cambié de ropa, llamé un taxi, y
marchamos al hospital.
Tuve la suerte, que el médico de la
guardia era el mejor, no sé si esa especialidad tiene
algún nombre específico, pero ese doctor no falla un diagnóstico.
Apenas me palpó dijo que era pancreatitis. Me hicieron los análisis
correspondientes, y resulta que el nivel de mis enzimas se había
multiplicado varios cientos de veces, por lo que estaba más cerca
del cementerio que del hospital, se los dijeron claramente a mi
familia.
Me hicieron una tomografía computada y
vieron que tenía la vesícula biliar llena de cálculos, a punto de
explotar, por lo que uno de ellos se salió y cerró la salida del
páncreas, así que los jugos se concentraron en el páncreas y
comenzaron a fagocitarlo. Me tuvieron sedada hasta las seis de la
tarde en que salieron conmigo en una ambulancia rumbo a Montevideo,
al sanatorio de Casa de Galicia. Me metieron por la boca un tubo con
una camarita, para ver en qué estado me encontraba, pero, vaya
sorpresa, el cálculo ya no estaba. Creen en los milagros? Yo sí.
Mi diagnóstico era aún reservado, mis
hijas asustadas oían una y otra vez al médico que no les daba
esperanzas sobre mi vida, y que les anunciaban que, aunque lograra
pasar la operación que deberían hacerme para sacarme la cantera de
piedras que tenía por vesícula, debería luego permanecer por lo
menos un mes y medio en cuidados intensivos (CTI).
Enfin, que me pusieron en una especie
de coma farmacológico durante doce días, tratando de bajar el nivel
de mis enzimas para luego operarme. El nivel bajó rápidamente, por
eso a los doce días comenzaron a darme gelatinas, caldos, y
líquidos, pues en esos doce días yo había perdido veintiun kilos y
me había, lógicamente, debilitado.En todo ese tiempo, y a pesar de
los pronósticos, yo nunca me sentí morir, jamás. Llegaba el médico
a verme y me preguntaba cómo te sientes y siempre con una sonrisa,
le contestaba que muy bien, y era verdad, yo me sentía muy bien.
El 19 de setiembre me operaron,y,
contra todos los pronósticos, no hubo necesidad de llevarme a
cuidados intensivos, me levanté en el mismo día, caminando,
perfecta.
Nunca más sentí molestias de ningún
tipo, jamás, eso sí, internamente había cambiado, y mucho. Yo salí
de ese momento tan crítico de mi vida, fortalecida espiritualmente.
Salí pensando cosas sobre las cuales jamás se me hubiera ocurrido
pensar, creyendo en otras en las que nunca creí, sabiendo verdades que no sabía de dónde habían
venido. Aprendí que no somos este cuerpo, somos esta alma,
que por lo tanto somos eternos, porque
el alma es energía y al morir esa energía se va de nuestro cuerpo,
no desaparece con él; que vivimos muchas vidas, tantas como sean
necesarias para el aprendizaje de nuestra alma, el camino para llegar
a la perfección; que una vez que logramos pasar todas estas etapas
(vidas mortales) llegamos a fundirnos en dios, que no es un ser que
nos hizo a su imagen y semejanza, sino el conjunto de las almas puras
que llegaron a la perfección.Yo no había leído más allá de “El
Profeta” de Kahlil Gibran, libros que hablaran sobre estos temas,
por lo tanto, jamás pude tomar enseñanzas de nadie, fue algo que me
llegó y no sé de dónde, pero un día espero poder hacer una
terapia de regresión para saberlo. Estoy segura que en medio de ese
sueño yo recibí instrucciones para mi vida.
Pero yo siento, hoy, que debería haber
muerto en ese momento, y que lo que estoy viviendo es una nueva
oportunidad que me dio dios, el universo, o la vida, y que si yo
hubiera sabido que iba a ser tan dura, la hubiera rechazado. Los tres
años siguientes perdí tres seres queridos, primero mi padre, luego
mi madre enfermó de dolor y le despertó un cáncer de páncreas que
la llevó en dos meses, y luego mi hija se embarazó y tres semanas
antes de nacer su niña se le murió en la panza.
Y yo estuve siempre ahí, porque mi
padre murió en los brazos de mi madre y a mi lado; cuando él se
fue, tuve que renunciar a mi trabajo para acompañarla a ella que
quedó muy mal, y luego cuando enfermó, estuve día y noche junto a
ella hasta el último segundo. Tuve que aprender a sonreír cuando
por dentro estaba destrozada, para convencerla de que lo de ella no
era nada, para mantener su ánimo alto. Y luego cuando mi hija perdió
a su Sofía, yo vivía en su casa, y obviamente, ahí también
estuve.
Cuando mi madre se fue, me quedé en la
mas espantosa de las soledades. Es así que recibí un mensaje de
ella donde me decía que no me dejara caer, que siguiera mi vida con
alegría y en su nombre, y que nunca tuviera miedo de morir que ella
estaría esperándome en el cielo. Por eso, y a pesar de mi dolor,
cuando mi primo me sugirió que me viniera a vivir a Chuy, donde
estaba la mayor parte de la familia, acepté. Y si los primeros tres
años fueron duros, estos últimos dos han sido espantosos.
No he logrado estabilizarme
económicamente, no he encontrado un trabajo que me de para vivir, y
como si ésto fuera poco, estoy tan pero tan sola, que llego a llorar
añorando los abrazos y los besos de mi familia. Tampoco tengo amor,
pero eso no me extraña, pues ya es una carencia acostumbrada en mi
vida.
Y vuelvo a la pregunta del principio:
Por qué? Por qué no me fui esa madrugada de setiembre del 2007? Por
qué hacerme pasar estos cinco años de tortura, que ni sé cómo he
podido resistir, y en los que he recibido más humillaciones y
desilusión que en diez vidas? Por qué tengo que ver cómo las
personas que llevan mi sangre, que son mi familia, van uno a uno
dándome la espalda? Por qué se empeñan en verme humillada comiendo
con indigentes en un comedor público? No se dan cuenta que después
de todo lo que he pasado, tengo que hacer un esfuerzo enorme para
mantenerme erguida, para conservar mi autoestima?
Yo
siempre hice maravillas para sacar
de mi menguado sueldo una partecita para caridad, para ayudar a los
demás, no lo hice esperando recompensa, jamás, lo hice de corazón,
porque me nace el dar, es una necesidad de mi alma. Pero aunque nunca
esperé recompensas ni salvación para mi alma, me pregunto, por
haber sido buena de corazón, no me podrán hacer un descuentito en
la pena? Porque ya no puedo más, y la verdad, he empezado a ver
buitres (y no precisamente mi banda de rock preferida) rondando sobre mi cabeza, y una señora huesuda con una
guadaña en su mano me hace guiños y me tienta a seguirla, Soy muy
cobarde para seguir su camino, pero estoy tan cansada y tan sola, que
no se si no me dejaré tentar y me iré a festejar mi cumpleaños número
cincuenta y nueve con ella y los buitres, por lo menos no lo pasaré
sola como seguramente estaré.